La primera palabra del libro de Lamentaciones, en hebreo es "ekah, "¡cómo!" Esta misma palabra se usa en la Biblia hebrea como el nombre del libro. El Talmud indica que los judíos de la antigüedad también conocían el libro con el nombre de Qinoth, "Lamentaciones", título que fue traducido en la Septuaginta como Threnoi. La Vulgata Latina tomó el título griego y lo amplió con una declaración de la paternidad literaria tradicional del libro, Threni, id est Lamentationes Jeremiae Prophetae [Threni, es decir, las lamentaciones de Jeremías, el profeta]. Este es el origen del título del. libro en la RVR: "Comentaciones de Jeremías".
Desde la antigüedad, tanto los judíos como los cristianos han considerado las Lamentaciones como obra del profeta Jeremías. El testimonio más antiguo al respecto se halla en las primeras palabras del libro tal como están en la LXX: "Y sucedió que después de que Israel fue llevado cautivo y Jerusalén fue desolada, Jeremías se sentó a llorar y se lamentó con esta lamentación por Jerusalén, y dijo..." Aunque no hay evidencia de que esta declaración hubiera estado alguna vez en el texto hebreo, sin embargo, indica la creencia de una parte de los judíos por lo menos ya en el siglo II a. C. En el Talmud, los tárgumes, y los escritos del gran erudito cristiano hebreo Jerónimo -que tradujo la Biblia al latín cerca del año 400 d.C.-, se encuentran testimonios posteriores que afirman que Jeremías es el autor de este libro.
En los tiempos modernos, los eruditos críticos han dudado de que Jeremías fuera el autor. Sus argumentos se basan en el hecho de que en ninguna parte la Biblia hebrea declara específicamente que Jeremías escribió las Lamentaciones, y que aunque en dicha Biblia la profecía que lleva su nombre se encuentra en la segunda sección, conocida como "los profetas", las Lamentaciones están separadas de ella, y aparecen en "los escritos" que constituyen la tercera sección (ver t. I, PP. 40-41). Los críticos también han señalado ciertos pasajes que, según ellos, no corresponden con el carácter de Jeremías, tal como se revela en sus otros escritos (Lam. 1: 21; 2: 9; 3: 59,66; 4: 17, 20).
Sin embargo, ninguno de estos argumentos es decisivo. Los eruditos, tanto los críticos como los conservadores, concuerdan en que las Lamentaciones fueron escritas en los días de Jeremías. Además hay un notable paralelismo de estilo y de tema entre la profecía de Jeremías y las Lamentaciones, que lo indican como su autor. En vista de la falta de una evidencia definitiva de que él no sea el autor, no hay ninguna 574 razón para no tomar en cuenta la creencia antigua de los judíos de que Jeremías escribió las Lamentaciones (ver PR 339-341).
El marco histórico del libro de las Lamentaciones corresponde a los días finales del reino de Judá, en manera especial a los de la destrucción de Jerusalén y las desgracias que la acompañaron, tanto antes como después del sitio final de la ciudad. Después de la muerte del buen rey Josías, la situación política, social y religiosa se deterioró rápidamente durante los reinados sucesivos de Joacaz, Joacim, Joaquín y Sedequías (hay más informaciones acerca de este período en las PP. 574-575). Los habitantes de Jerusalén sufrieron las penalidades más intensas durante el sitio final de la ciudad, 588-586 a. C. Prácticamente toda la población de Judá fue barrida por las olas sucesivas de la conquista y el cautiverio babilónico (en cuanto a las tres etapas principales del cautiverio, 605-586 a. C., ver el t. III, PP. 9395). Sólo los más pobres de la tierra fueron dejados, esparcidos por todas las ciudades y el campo semidespoblados. Por eso no hay que maravillarse porque el libro de las Lamentaciones anuncie en tonos tristes dolor y desesperación.
Más de un siglo antes de la caída de Jerusalén, el profeta Miqueas había predicho su destrucción, porque los dirigentes de Judá edificaban "a Sión con sangre, y a Jerusalén con injusticia" (Miq. 3: 10). Durante 40 años Jeremías instó al pueblo de Judá a que se arrepintiera. Trató de fortalecer las manos de Josías y sus hijos para que gobernaran el país con justicia y siguieran una política sabia y honrada en las relaciones exteriores. Sobre todo, amonestó a Judá en cuanto a la certidumbre de la destrucción venidera si persistía en sus malos caminos. Las Lamentaciones son la culminación de esas profecías. Dan testimonio del cumplimiento cierto de los castigos divinos anunciados. Sin embargo, su mensaje no carece de esperanza. A través del cuadro de desolación corre un hilo de esperanza de que el Señor perdonaría y aliviaría los sufrimientos de su pueblo. En el capítulo final esta esperanza llega a convertirse en una oración: "Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos; renueva nuestros días como al principio" (Lam. 5: 21).
La forma literaria de las Lamentaciones refleja su tema. El libro se compone de cinco poemas que corresponden con los cinco capítulos de nuestras Biblias modernas. Los primeros cuatro están en un metro típico, el de la qinah hebrea, o elegía (ver t. III, p. 29). Aunque el metro elegíaco a menudo se pierde en la traducción, se lo ve claramente en el castellano, como en el siguiente ejemplo:
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