El libro recibe su nombre de su personaje principal, Jeremías. En hebreo, el nombre aparece en dos formas: (1) Yirmeyahu (cap. 1: 1, 1 1; 29: 27; 36: 4; etc.), y (2) Yirmeyah (cap. 27: 1; 28: 5-6, 10-12, 15; 29:1; etc.). El equivalente en griego para ambas formas es Ieremías, del cual se deriva "Jeremías" en castellano. El significado del nombre es incierto. La segunda mitad, Yahu o Yah, significa Yahweh o Jehová (ver t. I, pp. 180-18 1; com.
Exo. 15: 2; Sal. 68:4). Según los papiros arameos del siglo V a. C., Yahu era una forma reconocida del nombre divino entre los colonos judíos de la isla de Elefantina en el Alto Egipto (ver t. III, pp. 81-85). La primera mitad del nombre ha sido interpretada de varias maneras: "lanza", "exalta", "establece", etc, Por lo tanto, Jeremías podría significar "Yahweh establece", o "Yahweh lanza", etc.
Las primeras palabras de la profecía constituyen un título del libro: "Las palabras de jeremías". En la LXX la frase inicial dice: "La palabra de Dios que vino a Jeremías", la cual es parecida a otras que se emplean comúnmente en los demás libros proféticos del AT (ver Eze. 1: 3; Ose. 1:1; Joel 1:1; etc.).
Jeremías es el autor de la mayor parte del libro. La tarea de redactarlo le fue confiada a Baruc, su fiel secretario, hijo de Nerías (cap. 36: 4, 27-28, 32). Baruc también pudo haber redactado, compilado y preservado el material del libro, y haber contribuido en las narraciones biográficas que contiene. Su puesto como "el escriba" y secretario de Jeremías implica que Baruc era muy culto. Según Josefo (Antigüedades x. 9.1), Baruc descendía de una familia distinguida de Judá. Parece que su hermano era el principal intendente de Sedequías, quien acompañó al rey a Babilonia (ver com. Jer. 51: 59). Su noble carácter e influencia se manifiestan por el hecho de que el remanente, el resto, los pocos que quisieron huir a Egipto acusaron a Baruc de haber ejercido presión sobre el profeta en contra de ellos (cap. 43: 3), y también porque algunos escritos espurios aparecieron más tarde bajo su nombre. Uno de ellos, el libro de Baruc, se halla entre los libros apócrifos. Siempre leal a Jeremías, fue con éste a Egipto cuando se obligó al profeta a que acompañara al remanente de Judá a ese país (cap. 43: 5-7).
El capítulo final del libro (cap. 52) consta de un sumario histórico-no una profecía- que se extiende mucho más allá del tiempo del ministerio de Jeremías, escrito quizá posteriormente por otra persona. El que lo escribió fue muy cuidadoso en 380 aclarar que este capítulo no era obra del profeta Jeremías.
Antes de añadir este apéndice histórico, escribió: "Hasta aquí son las palabras de Jeremías" (cap. 51: 64).
El libro de Jeremías explica la manera en que fueron redactadas las dos versiones de esta profecía (cap. 36). Durante más de veinte años Jeremías había procurado persuadir al pueblo de Judá para que se volviera sinceramente a Dios. En el cuarto año de Joacim (604 a. C.), Dios le ordenó que escribiera el contenido principal de sus predicaciones, para que pudiese ser leído públicamente por su secretario (cap. 36: 1-2). En obediencia a esa orden Jeremías dictó a Baruc las palabras de la primera versión de la profecía, y éste las escribió en un rollo de pergamino (cap. 36: 1-4, 17-18; PR 319).
Entonces se le confió a Baruc la peligrosa tarea de leer estas palabras al pueblo en el templo, en un día de ayuno (cap. 36: 5-8).
Más tarde, cuando Jehudí, uno de los funcionamos de Joacim, leyó el rollo al rey, éste lo tomó con enojo, lo rasgó con un cuchillo de escriba y lo echó al fuego (cap. 36: 20-23). Esto hizo necesario que fuesen escritos de nuevo los mensajes anteriores (cap. 36: 27-28, 32). Jeremías dictó de nuevo las palabras, y Baruc las escribió. Esta segunda versión del texto fue de mayor extensión, porque contenía no sólo los mensajes de la primera, sino también los recibidos posteriormente (cap. 36: 32).
El libro de Jeremías revela vigorosamente la rica personalidad de su autor. Su naturaleza sumamente sensible se refleja en una cantidad de pasajes que han sido llamados sus "confesiones" (cap. 11: 18-23; 12: 1-5; 15: 10-18; 17: 14-18; 18: 18-23; 20: 7-18; cf. cap. 1: 4- 10; 6: 11; 8: 2 1 a 9: 1). Estos pasajes nos dan una autobiografía espiritual de este varón de Dios. Jeremías, por naturaleza tímido y retraído, con frecuencia luchaba contra intensos conflictos íntimos; pero mediante el poder divino desarrolló un valor espiritual que lo convirtió en un héroe poderoso para Dios.
Además de estos pasajes muy íntimos, el libro de Jeremías contiene una serie de narraciones biográficas e históricas. Se puede saber más de la vida y del ministerio de Jeremías que de la vida y del ministerio de los escritores de los demás libros proféticos. En efecto, el erudito A. B. Davidson afirmó que este libro "no pretende tanto enseñar las verdades religiosas como presentar una personalidad religiosa" (Hastings, Dictionary of the Bible [Diccionario de la Biblia], t. 2, p. 576).
Jeremías vivía en Anatot (cap. 1: 1; 29: 27), hoy Anata, unos 4 km. al noreste de Jerusalén. Descendía de una familia sacerdotal (cap. 1: 1). Su padre Hilcías no fue, sin duda, el sumo sacerdote del mismo nombre que descubrió el libro de la ley (2 Rey. 22: 8). Se designa al padre de Jeremías como "de los sacerdotes", y no "el sacerdote" o "el sumo sacerdote". El hecho de que Jeremías viviera en Anatot significa que quizá era descendiente de Elí y del linaje de Abiatar, a quien depuso Salomón del sumo sacerdocio (ver com. 1 Rey. 2: 26-27).
Jeremías fue llamado al oficio profético aproximadamente en 627 a. C., el 13er año del reinado de Josías (cap. 1: 2; ver pp. 20-21 y el t. II, p. 79). Poco después Dios ordenó al profeta que predicara en Jerusalén (cap. 2: 2); pero no limitó su ministerio a Jerusalén, sino que llevó a cabo una gira de predicación por las ciudades de Judá (cap. 11: 6; PR 316). Cuando regresó a Anatot, sus conciudadanos se confabularon para matarlo (cap. 11: 18-23). Para escapar de estas persecuciones, parece que se trasladó a Jerusalén. Allí se atentó otra vez contra su vida. Su osada predicación al principio del reinado de Joacim, hijo de Josías, de que el templo llegaría a ser como Silo, airó a los sacerdotes, a los falsos profetas y al pueblo de Jerusalén, quienes exigieron que Jeremías fuese muerto (cap. 26: 6-11). Sin embargo, los príncipes lo defendieron (cap. 26: 16).
Más tarde, cuando el ejército de Nabucodonosor levantó el sitio final de Jerusalén por un poco de tiempo, para hacer frente a la amenaza de la aproximación del 381 rey de Egipto, Jeremías fue apresado cuando procuraba irse a Anatot (cap. 37: 11-15). El profeta fue acusado de intentar pasarse a los caldeos, y de nuevo fue azotado y encarcelado. Esta vez, por poco pierde la vida en la mazmorra fangosa de Malaquías (cap. 38: 6), pero fue rescatado por Ebed-melec el etíope (cap. 38: 7-13). Sin embargo, Sedequías indudablemente lo mantuvo en la prisión, en donde quedó hasta que cayó Jerusalén (cap. 38: 14-28).
Después del asolamiento de Jerusalén, Nabucodonosor libertó al profeta y le permitió que se quedara en Palestina o que acompañara a los cautivos a Babilonia (cap. 40: 1-5). Jeremías eligió quedarse con el remanente en Palestina bajo el gobernador Gedalías que acababa de ser nombrado (cap. 40: 6).
Después del asesinato de Gedalías, un remanente de los judíos capitaneado por Johanán huyó a Egipto en contra del consejo de Jeremías, llevándose al profeta consigo (cap. 42; 43). Allí, en Tafnes, Jeremías predijo que Egipto sería invadido por Nabucodonosor (cap. 43: 8- 13), y dio su último mensaje de advertencia a los judíos que habían huido a ese lugar (cap. 44).
Una nota breve sobre las diferencias entre el texto de la LXX y el hebreo viene bien aquí. Una notable diferencia se advierte en la ordenación de las profecías que se refieren a países extranjeros. En el texto hebreo esas profecías se encuentran en los cap. 46-51, pero en la LXX se encuentran en los cap. 25: 14 a 31: 44. También hay una diferencia en el orden en que se tratan las diferentes naciones. En hebreo el orden es: Egipto, Filistea, Moab, Amón, Edom, Damasco, Cedar, Hazor, Elam y Babilonia. En la LXX, el orden es: Elam, Egipto, Babilonia, Filistea, Edom, Amón, Cedar y Hazor, Damasco y Moab.
Hay variantes también en el texto. Se calcula que la LXX tiene aproximadamente unas 2.700 palabras menos, y que es l/8 más corta que en hebreo. La LXX por regla general no emplea la frase "dice Jehová" cuando se usa con sentido parentético, ni títulos tales como "el profeta", después del nombre de Jeremías, ni "el rey", después del nombre del monarca reinante. En general, sucede lo mismo con títulos tales como "el Dios de Israel" o "el Dios de los ejércitos".
Las siguientes son las más notables: cap. 8: 10b-13a; cap. 10: 6-10; cap. 17: 1-5a; cap. 27 (cap. 34 en la LXX): 1, 7, 13, 21; cap. 29 (cap. 36 en la LXX): 16-20; cap. 33 (cap. 40 en la LXX): 14-26; cap. 39 (cap. 46 en la LXX): 4-13; cap. 48 (cap. 31 en la LXX): 45-47; cap. 51 (cap. 28 en la LXX): 44c-49a; y cap. 52: 27b-30. Además de éstas, hay diferencias menores que tienen que ver mayormente con frases y palabras aisladas.
Para explicar estas variantes del texto algunos eruditos han recurrido a la teoría de una doble recensión (revisión crítica) del libro de Jeremías.
Suponen que una de ellas se efectuó en Palestina y la otra en Egipto. Otros piensan que el traductor de la LXX acortó deliberadamente el texto omitiendo repeticiones, simplificando el estilo y abreviando las lecturas difíciles. Los eruditos conservadores han opinado que puede haber algo de verdad en esta segunda teoría. Por ejemplo, la omisión del cap. 8: 10b-12 en la LXX podría deberse a su similitud con el cap. 6: 12- 15. Otros opinan que la omisión de uno o dos pasajes puede deberse simplemente al error de un copista al saltar de una línea a otra que tiene una terminación semejante, omitiendo así el texto intermedio, omisión que se llama homoiotéleuton.
Las variantes ya tratadas, aunque más extensas que en los demás libros del AT, no afectan mucho el tema básico del texto. Podría ser que un estudio cuidadoso de los manuscritos hebreos más recientes (ver pp. 128-129; t. 1, pp. 35-36) arrojen luz adicional sobre el texto de Jeremías. 382
Durante los primeros días del ministerio de Jeremías, tres grandes potencias, Asiria, Egipto y Babilonia, luchaban por ejercer la supremacía. Bajo Asurbanipal (669-627? a. C.) Asiria había llegado a su apogeo, pero comenzaba ya a declinar (ver t. II, pp. 67-68). Egipto se había quitado el yugo de Asiria, y se esforzaba por recuperar su preponderancia en el Cercano Oriente (ver t. II, pp. 9194). Con la ascensión de Nabopolasar al trono de Babilonia en 626 a. C., empezó el predominio del Imperio Neobabilónico. La suerte de Asiria fue sellada con la caída de Nínive (612 a. C.), y el Imperio Neobabilónico llegó a ser la potencia dominante en Asia occidental. Necao II, faraón de Egipto, se opuso a la supremacía repentina de Babilonia.
Nabucodonosor II, hijo de Nabopolasar, hizo frente con éxito a ese desafío en la batalla de Carquemis, 605, a. C., y Babilonia reemplazó a Asiria como potencia mundial (ver pp. 536-538; t. II, pp. 95-96).
El ministerio de Jeremías abarcó los últimos 40 años de la existencia de Juda como reino. Cinco reyes ocuparon el trono durante este período: Josías, Joacaz, Joacim, Joaquín y Sedequías. A cada uno de ellos Jeremías dio mensajes de reforma y reavivamiento espiritual. Presentamos un resumen breve del reinado de cada uno:
Después de más de medio siglo de deterioro moral y espiritual durante los reinados de Manasés (2 Rey. 21: 1-18; 2 Crón. 33: 1-20) y Amón (2 Rey. 21: 19-25; 2 Crón. 33: 21-25), una vez más Judá tuvo un rey notable por su piedad y celo religioso en favor de Dios. Josías tenía sólo ocho años de edad cuando empezó a reinar (2 Rey. 22: 1). Cuando tenía 20 años, introdujo una cantidad de reformas que suprimían, en primer lugar, los altos dedicados a la adoración de los ídolos (2 Crón. 34: 3). Fue auxiliado en esta obra por Jeremías, quien fue llamado al ministerio público en el 13.er año de este rey. Josías se propuso, por la fuerza, a librar la tierra de la idolatría y restablecer el culto de Dios (2 Crón. 34). Con motivo de la purificación y reparación del templo, en el 18.o año del reinado de Josías, fue descubierto un ejemplar "del libro de la ley" (2 Rey. 22: 3-20). El descubrimiento intensificó el movimiento de reforma de Josías por todo el país, que se extendió aun al territorio que antes era del reino del norte (2 Rey. 23: 15-20; 2 Crón. 34: 6-7). Esto fue posible por la declinación del imperio asirio.
El rey Josías murió prematuramente a causa de su imprudente ataque contra Necao II, faraón de Egipto, en , 609 a. C. (ver p. 536; t. II, pp. 96-97; 2 Rey. 23: 29-30; 2 Crón. 35: 20-24). Su muerte, una verdadera pérdida para la nación, fue profundamente lamentada por el pueblo de Judá (2 Crón. 35: 24-25).
También conocido como Salum (ver com. 1 Crón. 3: 15). Después de que murió Josías, el pueblo entronizó a Joacaz, quizá porque simpatizaba con Babilonia (ver com. 2 Rey. 23: 30; 2 Crón. 36: 1). Después de que Joacaz hubo reinado sólo tres meses, Necao II, sin duda al regresar de su campaña en el norte, lo depuso y lo llevó a Egipto, donde murió (2 Rey. 23: 31-34; Jer. 22: 10-12).
Conocido primero como Eliacim (2 Rey. 23: 34). Después de deponer a Joacaz, Necao II colocó en el trono a Joacim, segundo hijo de Josías (ver com. 1 Crón. 3: 15; 2 Rey. 23: 34). Judá ahora estaba bajo el dominio egipcio, y pagaba un elevado tributo por la amistad egipcia (ver com. 2 Rey. 23: 35). En 605 a. C., Nabucodonosor invadió a Palestina, se llevó parte de los utensilios del templo y a algunos de la familia real y de la nobleza a Babilonia. Entre esos cautivos estaban Daniel y sus tres compañeros (Dan. I: 1-6; t. II, p. 97). De esta manera Joacim fue obligado a inclinarse ante Babilonia y no ante Egipto.
En ese tiempo (ver pp. 536-538) Egipto sufrió una aplastante derrota en la batalla de Carquemis, y Necao II se retiró precipitadamente a Egipto con el resto de su ejército. A pesar de sus 383 promesas solemnes de fidelidad a Babilonia (ver com. 2 Rey. 24:1), en 598 a. C., Joacim, que en realidad simpatizaba con Egipto, se rebeló abiertamente contra Babilonia. Esto provocó una segunda invasión a Judá y la captura y muerte de Joacim. El rey parece haber sufrido un fin trágico (ver com. 2 Rey. 24:5).
Después de un breve reinado de unos tres meses, este hijo y sucesor de Joacim se rindió a los caldeos sitiadores y fue deportado a Babilonia con su madre, esposas, hijos y cortesanos (2 Rey. 24: 10-16). Diez mil cautivos fueron llevados a Babilonia en esta segunda deportación, que incluyó a los varones principales y a los artesanos de la ciudad. El profeta Ezequiel figuraba entre esos cautivos (Eze. 1: 1-3). En cuanto a la forma en que la arqueología proporciona datos de este cautiverio, ver pp. 605-606; t. II, pp. 98-99 y nota de p. 102.
Durante por lo menos una parte del tiempo, Joaquín fue mantenido en prisión, de la cual fue libertado en el año 37 de su exilio por el sucesor de Nabucodonosor, Amel-Marduk, el Evil-merodac de la Biblia (2 Rey. 25: 27-30).
Llamado anteriormente Matanías (2 Rey. 24: 17). Después de deportar a Joaquín, Nabucodonosor puso como rey títere en Judá a este hijo de Josías, de 21 años de edad. Sedequías afrontó una tarea difícil. Los judíos más encumbrados habían sido deportados y la gente que quedó era difícil de gobernar. jeremías los comparó con "higos malos, que de malos no se pueden comer" (Jer. 24: 8-10).
Para hacer más difícil la situación, embajadores de Edom, Moab, Amón, Tiro y Sidón estaban en Jerusalén (Jer. 27: 3), quizá con el propósito de incitar a Sedequías a que se uniera con ellos en una revuelta contra Babilonia. Jeremías advirtió a Judá contra esta intriga, y amonestó no sólo a Judá sino también a esas naciones para que se sometieran al yugo de Babilonia (Jer. 27; 28: 14).
Nabucodonosor actuó rápida y cruelmente para aplastar la rebelión. Su invasión llenó de terror y zozobra a Sedequías y a toda Jerusalén (Jer. 2 1: 1 - 10).
En un esfuerzo desesperado por ganar el favor de Jehová, el rey y su pueblo se unieron en un pacto solemne con Dios, prometiendo librar a todos los esclavos hebreos de Jerusalén (cap. 34: 8-10). Pero cuando Nabucodonosor levantó transitoriamente el sitio por la amenaza del ejército de Faraón (cap. 37: 5), olvidaron el pacto y los liberados fueron nuevamente sometidos a una cruel esclavitud (cap. 34: 11-22). Jeremías fue detenido y encarcelado como traidor (cap. 37: 11-15); sin embargo, pronto se reanudó el sitio. Los judíos lucharon desesperadamente para salvar la ciudad y salvarse a sí mismos de la suerte que los amenazaba. La ciudad resistió durante 30 meses (ver t. II, p. 100; t. III, p. 95); pero en Julio de 586 a. C. los babilonios abrieron una brecha en los muros. Sedequías consiguió escapar con un pequeño pelotón de soldados, pero fue alcanzado y capturado cerca de Jericó (cap. 39: 2- 5). Jerusalén fue saqueada e incendiada (cap. 39: 8), y casi todos los judíos que habían quedado fueron llevados cautivos (cap. 39:9- 10).
Nabucodonosor nombró a Gedalías, hijo de Ahicam, nieto de Safán (Jer. 26: 24), para que gobernara al remanente que quedó (2 Rey. 25: 22). Gedalías estableció su sede en Mizpa, cerca de Jerusalén. Los babilonios dejaron en libertad a Jeremías, y él se unió con el nuevo gobernador en Mizpa (Jer. 40: 1-6).
Después del asesinato de Gedalías (Jer. 41), un residuo de los judíos encabezado por Johanán huyó a Egipto, obligando a Jeremías a que los acompañara (Jer. 43). 384
El libro de Jeremías se compone de una serie de sermones proféticos, combinados con datos históricos y biográficos concernientes a los últimos días del reino de Judá. Haciendo uso de cuanto estaba a su alcance, Jeremías procuró contener la rápida decadencia de Judá, que rodaba por la pendiente de la depravación moral hacia la ruina. Pero sus esfuerzos en favor de la nación fueron casi totalmente inútiles. Sus exhortaciones al arrepentimiento cayeron en oídos sordos.
Jeremías fue el profeta de la religión sincera. Sus mensajes invitaban a abandonar lo externo y superficial, para volverse a lo interno y real.
Enseñaba que la 385 corrupción tiene su origen en un corazón impío (cap. 17:9), y que sin un nuevo corazón, nuevas intenciones y un nuevo espíritu, el hombre es incapaz de hacer lo bueno (cap. 13: 23). Tal cambio, destacó, sólo podría ser efectuado por un acto creador de Dios (cap. 24: 7; 31: 31-34).
Como otros profetas, Jeremías advirtió contra las alianzas peligrosas con otras naciones (cap. 2: 36), amonestó a Judá para que se sometiera al yugo babilónico, y señaló que la rebelión llevaría la nación al colapso.
Más allá de la ruina inevitable del presente, el profeta previó un futuro glorioso para "aquellos que... fuesen fieles" al Señor (PR 342). Ambas casas de Israel retornarían; se reunirían de nuevo como un solo pueblo (PR 348).
No hay comentarios:
Publicar un comentario